Al cumplir 80 años, mi esposo, tres décadas mayor que yo, accedió a que me viera con un hombre más joven. No imaginamos el sorprendente giro que tomaría nuestra vida en común.
Creía que ser sexualmente atrevida era un juego que tenía permitido jugar. No tenía idea del castigo que me esperaba, ni de la sorprendente sanación que llegaría.